font: Culturamas
Por Rebeca del Casal
Ahondar en la luminosidad
Mucho suele escarbar la literatura en oscuridad y desgarro, es menos
frecuente que las letras paseen por la luz, o que recorran esa nitidez
que es el equilibrio. Minuscularidades, primer libro de la
poeta Emilia Conejo (filóloga, traductora y editora), es un precioso
ejemplo de este recorrido. “Están los que se quedaron colgando de ese
acantilado propio, incapaces de aferrarse a la roca por no perder la
vista del abismo y poder describirlo en asonante. // Enfrente, los que
cruzaron (o no) el desfiladero y tienen tatuada la mano que acompaña,
consuela, apunta siempre centrífuga aunque a veces se golpee el pecho en
arrebatos furtivos. // Las vistas desde uno y otro lugar son muy
diferentes. (…) Pasar de un lado a otro es más fácil de lo que parece”.
Con prólogo de Pedro Provencio y acertado título, Minuscularidades estrena la colección Alcaduz de la editorial Godall.
Es una obra whitmaniana en su vitalidad y su exaltación de lo pequeño,
con algo de Dickinson en la limpidez con que transita los dos lados de
la existencia, el oscuro y el luminoso, sin caer en ningún momento en la
negación (tan acorde a la moda-dictadura del pensamiento positivo) ni
en el pesimismo. El resultado es un ejercicio de madurez, un sólido
comienzo de recorrido consciente de que estamos hechos de pequeños
momentos y de que lo trascendente no es más importante que lo cotidiano.
O mejor dicho, lo cotidiano es trascendente, no hay que realizar
ninguna rancia división entre la vida y lo literario (recomiendo
efusivamente esta entrevista a la autora: promoartyou.com).
A ratos, tiene ese olor a amanecer que se desprende de algunos poemas
de Claudio Rodríguez “y entre bambalinas el aroma a abrazo recién/
hecho, nariz con nariz y sol de leche”, y algo de su admirada Olga
Orozco, en esa fecundidad verbal con que parece hacer papiroflexia con
el lenguaje.
La de Emilia es una escritura-manantial, refresca y calma la sed,
fluye por un campo semántico que recorre la naturaleza, la tribu y la
urbe, lo privado y lo público. También es un surtidor, un remolino
ascendente de hojas secas, prisas, música y objetos. Construido, en su
mayor parte, desde un yo y un nosotros que nos remiten todo el rato a un
sentimiento de pertenencia, a una existencia individual no aislada,
marcada por unas pautas de convivencia algo herméticas, cuya fragilidad
es descrita con ternura “nadie llora fuera de su cabaña”, “llueven hacia
dentro los isleños”. Pero también describe una humanidad llena de vida,
“somos eso y un niño en un triciclo que gorjea bullicios”, “somos
pueblo, muchedumbre, capital de selva”, “nadie nos avisó de este rito
encriptado. / De la plena contradicción de la felicidad. / De la
madurez”. También encontramos algunos poemas que recuerdan a un cuento
de hadas, pues ser social lleva implícito cuidar de la prole, y la
descendencia no es algo individual que deba ocurrir exclusivamente de
puertas a dentro, ni mucho menos una verdad absoluta en que las familias
se zambullen con el rumbo prefijado “hoy lavaremos a nuestros cachorros
en una/ brisa fresca que nos recuerde que vivimos en pleno mar”,
“Inaugura el umbral una certidumbre de antónimos/ siameses. Nacen hijos
como dudas, criamos en/ paralelo a verdades y punzadas”.
Los poemas de Minuscularidades suelen ocupar no más de una
página, de la que rebosa sabiduría y plenitud, y están plagados de
fogonazos, giros y frescas combinaciones que consiguen, con sencillez,
imágenes con muchísima fuerza “abrirme el aria en canal, enferma / de
tanto hurgar en ella con los cariños sin esterilizar”. La soledad, la
prisa, la incertidumbre, temas que son tratados con serenidad
“Corredores de fondo navegan a la deriva. / De sus ojos se sueltan
enjambres de ríos que penetran un calor barrica de roble”, “contenemos
el aire que precede a la tormenta”, “hacemos castillos en los relojes de
arena”, “se quieren los corredores de fondo; se aman y rugen a partes
iguales”, “Nosotros, los urgentes(…)hacemos de la prisa un arte zen(…)y
adoramos a la diosa Ahora”. La poesía se liberó del corsé hace mucho
tiempo, y gracias a ello ahora podemos disfrutar de estas orfebrerías
centradas en el contenido y en la vida.